Francia: Tragarse el sapo de las elecciones
FRÉDÉRIC LORDON
En apenas un instante, las elecciones europeas habrán pasado de «carecen de toda importancia» a «son un acontecimiento histórico». Pues nos encontramos en una coyuntura que nada tiene que ver con las parodias de 2002, 2017 o 2022, cuyos resultados dieron fe ex post del ridículo de las grandes comedias dramáticas ex ante. Cuando el 95 % de las comunas[1] ponen hoy por delante a Rassemblement National (RN)[2] no cabe duda de que esta vez estamos ante una situación sin precedentes y de que el ejercicio de realismo promete ser brutal. Sobre todo para la extrema izquierda, a la que nada le gusta más que refugiarse en sus propias fantasías: la revuelta intransitiva condenada a la represión sin consecuencias, o más aún el antielectoralismo principista, que no se percata de que, en el fondo, comparte el mismo fetichismo electoral que el bando que proclama «o-elecciones-o-nada», aun cuando lo sea en el sentido de doble invertido. En la brecha entre una línea doctrinal y sus osificaciones dogmáticas, se pierde todo contacto con las situaciones concretas, a las que cierta inspiración leninista solía tener por virtud sensibilizarnos.
Tratar de imaginarSalvo para la bienaventurada imbecilidad que imagina que en las elecciones se agota todo cuanto hay que decir sobre política en la «democracia», si bien no menos que para el antielectoral dogmático, el sufragio debería considerarse más bien con frialdad, en cuanto instrumento, cuya utilidad ha de medirse en cada momento en dependencia de la situación, a fin de evaluar si hay más ventajas que inconvenientes en utilizarlo. Y, luego, sin contarnos historias de providencia, de salvación y de calma-el-día-después, utilizarlo si fuera el caso. Como suele ocurrir, es ese el caso ahora.
Evidentemente, para que la extrema izquierda se convenza de ello, tendría que hacer un ejercicio de imaginación, cualidad de la que, por desgracia, algunas de sus corrientes están más desprovistas que nadie. La imaginación es la capacidad de anticipar una representación vívida de lo que es probable que ocurra, es decir, imágenes de una fuerza suficientemente impactante: como si ya hubiese ocurrido. De modo que el espectáculo que nos forcemos a ver ante nuestros propios ojos —siempre que sea verídico— nos sirva de poderoso auxilio para determinar el curso de acción correcto, en lugar de tener que esperar a que sobrevenga la catástrofe para sentirnos consternados y lamentar, precisamente, el hecho de «no habérnoslo imaginado».
Así pues, tenemos que imaginarlo: RN en el poder. Cosa que por lo general no debería ser demasiado difícil, ya que si el macronismo ha tenido algún efecto histórico ha sido el de proceder a un número suficiente de instalaciones para darnos una idea bastante precisa del fascismo realizado. Tanto es así que el ejercicio de imaginación tiene solo que pulsar los cursores. Por muy lejos que Macron nos haya empujado en esa dirección, queda aún «margen»… para ir de mal en peor: dirigentes políticos fuera de la esfera institucional detenidos sin causa, organizaciones disueltas ad nutum y sin más recurso, imposibilidad de la más mínima manifestación de apoyo a nada so pena de inmediata represión, leyes antisindicales que en efecto prohíban toda acción de parte de los trabajadores. ¿No bastan los casos de Jean-Paul Delescaut[3] y Christian Porta[4] para hacernos una idea de lo que supondría la generalización de todo ello? ¿No es harto elocuente el caso de los estudiantes del liceo Hélène Boucher, perseguidos hasta sus aulas por policías con las pistolas desenfundadas y que les dijeron: «Ya verán lo que es un régimen fascista de verdad»?
Y, efectivamente, lo veremos ya. Veremos ya a la policía fascista, la veremos autorizada a disparar munición real en los suburbios, contra manifestantes o contra «ecoterroristas». Veremos ya las «negativas a obedecer» y el futuro chileno de los sótanos de las comisarías. Veremos ya igualmente la justicia fascista: su política penal, sus instrucciones especiales, sus nombramientos en las fiscalías. De hecho, veremos ya lo que es tener una administración infestada de funcionarios ejecutivos racistas, sobre todo en los niveles intermedios, lejos de los nombramientos decididos por el Consejo de Ministros —tras haber visto el resultado en términos de infestación administrativa—: directores de escuela, directores de hospitales, comisarios, presidentes de tribunales, oficiales en servicio activo, etc. Los despistados que mecen su frivolidad en la creencia de que, vamos, nos tocará algún equivalente de Meloni y que después de todo no será tan malo, no tienen la menor idea de lo que es el Estado francés.
El ejercicio de imaginación, sin embargo, sería demasiado parcial si se detuviera en los límites del aparato estatal stricto sensu. Porque en un fascismo bien ordenado, se tiene el cuidado de trabajar en los «márgenes», a los que se transfiere aquello que el Estado —a pesar de todo, sujeto a ciertas obligaciones formales de conducta—no se puede permitir: milicias desenfrenadas, neonazis en la calle, que ya no serán vigilados —pero tal vez sí informados— por los servicios de inteligencia, redadas a montones, militantes de izquierda identificados y perseguidos, con el beneplácito de la policía en activo y el concurso de policías fuera de servicio… lo cual tal vez sea lo más aterrador de todo: la fusión de las dos milicias, la de la calle y la del Estado. Habrá que tener el corazón bien puesto, por lo que sería de aconsejar volver a ver Salò o los 120 días de Sodoma, para hacerse una debida idea de la esencia del fascismo: desenfreno de los impulsos y violencia política sin límites. N. B.: La violencia política sin límites llega hasta el asesinato.
Utilitarismo electoral y decisión racionalTenemos que hacer aparecer ante nuestros ojos todas esas imágenes, vívidamente representadas, para adentrarnos en el ejercicio frío, estratégico y utilitario de saber qué hacer con las próximas elecciones. Haciéndonos para ello la única pregunta válida: conscientes de que, objetivamente, no tenemos sino nada o poco que esperar de las elecciones en la «democracia» burguesa, las elecciones que se avecinan ¿nos dejarán en condiciones de proseguir nuestras luchas o nos harán la vida imposible? ¿En qué estado habrá de quedar el movimiento obrero, en dependencia de que las elecciones salgan bien o mal; es decir, en dependencia de que dejemos que salgan bien o mal? ¿Acaso los leninistas de hoy han olvidado por completo el mensaje de Lenin? Quien, de ninguna manera recomendaba desdeñar las elecciones, y quien en cambio incluso exhortaba a participar a veces en ellas, siempre y cuando jamás se perdiera de vista la dirección estratégica a largo plazo: el derrocamiento del capitalismo, cosa que no tiene la más mínima posibilidad de ocurrir en el marco de las instituciones políticas del capitalismo y tendrá necesariamente que pasar por procesos del todo diferentes, es decir, revolucionarios. Solo que la «revolución» se verá de lo mejor si todos los «revolucionarios» se dejan primero disolver o meter en la cárcel por haber preferido aferrarse ostentosamente a su crítica de la democracia electoral, ignorando las exigencias de una situación concreta… y decisiva.
En circunstancias normales tendría sentido apelar al simple razonamiento de que participar en una votación en la que se deciden las condiciones mismas de toda actividad política contestataria no equivale a caer en el fetichismo electoral, con sus esperanzas ineptas y siempre defraudadas: el «cretinismo parlamentario». Y debería ser posible, además, volver a poner un poco de dialéctica en las rigideces dogmáticas, incapaces de ver más allá de unas elecciones puntuales, o de pensar en posibles articulaciones entre situaciones electorales y luchas extraelectorales cuando surjan, y sucede que ha surgido ahora una de ellas. La referencia a ese respecto, va de suyo, es el Frente Popular de 1936, pero la mayoría de los usos que se le dan hoy son —en este caso— simple y llanamente, miserablemente electorales, cuando lo esencial estaba en otra parte: en las condiciones creadas por las elecciones para ir más allá de las elecciones.
Tragarse el sapo de las eleccionesPor lo que, entretanto, queda claro que tendremos que tragarnos un sapo, y uno bien gordo en este caso. Vamos a tener que tragarnos el regreso de Faure, la alegría de Roussel por volver a su lugar natural el domingo por la noche, la bazofia «unitaria» que nos hace olvidar su ineptitud, de la que una vez más dará fe su 2 % de socialistas tan chiflados como para invertir en Aurélien Rousseau, el ascenso de Ruffin, cuyas estrategias de promoción gracias al favor de los medios y el reciclaje de la izquierda de derecha habrían estado condenadas al fracaso si los acontecimientos prosiguieran su curso habitual, pero a quien la nueva situación le ha venido mejor que nunca: el fariseísmo de Mediapart y los gritos de júbilo de Libé, cuyo odio por Francia Insumisa, diluido al fin, no es menor que el de France Inter, France 5 y LCI; la excitación de los farsantes del No pasarán, quienes saldrán a manifestarse tres veces y se irán a casa a dormir en cuanto acaben las elecciones. Sí, vamos a tener que tragarnos todo eso, y vamos a tener que hacerlo porque así lo exige una decisión racional. En eso consiste el brutal ejercicio de realismo. Y no queda más remedio que someternos a él. Será ese el sapo que tendremos que tragarnos.
Las matemáticas inventaron los números imaginarios para dar solución a ecuaciones que de otro modo no la tenían. Pero lo que pueden hacer las matemáticas, no lo puede hacer la política real. Podemos soñar con soluciones perfectas, pero si son imaginarias, son imaginarias. No son reales. Las tomas de rehenes son situaciones reales. Y es ese el tipo de situación en el que estamos. Podemos plantearnos la posibilidad de oponerle a todo ello la esperanza de que, al final, la pistola dispare agua en lugar de una bala, pero es probable que la vuelta a la realidad sea dolorosa. Por cierto, ya no está claro quién nos tiene secuestrados: el enajenado del Elíseo, Le Pen, la patética izquierda, que no quiere cambiar nada, y sus propios medios de comunicación, que tampoco quieren cambiar nada: la verdadera e inquebrantable línea de Mediapart es el anti-anticapitalismo. No es menos cierto que, cuando se es víctima de una toma de rehenes, no hay tiempo para hacerse el listo, ni más opción que tragársela. Brindemos.
Nada de lo cual impide, sin embargo, el ejercicio del discernimiento. Porque siempre que la alternativa electoral se presente en términos de X frente a un fascista, se plantea la cuestión de si existe alguna diferencia digna de consideración entre X y el fascista. Si X es un fascistoide, no estamos ya ante una alternativa, sino ante un dilema. Y en un dilema, es legítimo no elegir y buscar en otra parte: hacer otra cosa. Por ejemplo: 2017, 2022, X = Macron, o Macron = fascistoide, ergo: buscar en otra parte. Otro ejemplo: X = Hollande, Cazeneuve, Valls, Delga, Gluscksmann: otros fascistoides. Siempre que entendamos que fascistoide no significa solamente: que es explícitamente, objetivamente portador de instalaciones fascistas (Macron 2022, Hollande, Valls, Cazeneuve 2015), sino también: que persigue políticas de destrucción social en las que el fascismo encuentra sus condiciones de florecimiento (Macron 2017, Hollande 2012, Gluscksmann 2024). Toda la cuestión ahora, por tanto, es dónde se establecerá el centro de gravedad de la coalición de izquierdas, cuál será el grupo que la domine. Si la respuesta está del lado de la izquierda de derecha, o incluso de la extrema derecha, entonces tragarse un sapo deja de ser una decisión racional, y deviene todo lo contrario: no vamos a tragarnos eso simplemente para repetir las mismas causas que producen los mismos efectos.
Y despuésPero si hay que tragarse un sapo, y si terminamos por tragárnoslo, la historia no terminará con ese repugnante golpe en la glotis. Para cualquiera que sea capaz de echar una mirada estratégica a unas elecciones concretas, fuera de las beatitudes del fetichismo electoral, es este el momento en que comienza la historia. La verdadera historia del Frente Popular no comenzó la noche de la segunda vuelta electoral del 3 de mayo de 1936, sino el 11 de mayo con las primeras huelgas. Sin embargo, fue un programa de una extraordinaria flojedad el que lo llevó al poder. No importa: se creó una situación. Con la seguridad de que al menos no les dispararía la policía, las masas tomaron cartas en el asunto, y entonces, por supuesto, todo cambió… porque a las masas no les va lo de la flojedad.
La antinomia entre «elecciones» y «la calle» es una aberración estratégica. Se puede invocar la calle todo lo que se quiera, pero la calle forma parte de un orden capitalista, con instituciones capitalistas, incluido un sistema policial-judicial capitalista. Tanto más en las condiciones de desarrollo tecnológico del capitalismo de vigilancia, en que todo desafío al poder del Estado está condenado a que lo aplasten. Por otra parte, hay un arma contra la que el Estado del capital no puede hacer nada, y es la paralización de la economía. Y existe una sola fuerza capaz de esa hazaña: el número, la masa de los trabajadores.
De ahí que si bien las elecciones son importantes, incluso vitales en este caso, no dejan de ser una peripecia en relación con lo esencial, que es construir el número. Construirlo lejos de las instituciones, lejos de todos los mediadores que están en quiebra o atrapados en la lógica del sistema institucional en su conjunto, partidos oficiales, centrales sindicales, etc. Ni más ni menos que el despliegue de una «Red por la Huelga General» que, al margen de sus etiquetas sindicales, reúna a todo trabajador decidido a luchar y, sobre todo, a dejar de perder. Ni más ni menos que la aparición de réplicas de los comités de unidad popular chilenos, en los que la gente se reúna tras haber depuesto sus respectivas afiliaciones, en un inicio probablemente para tratar de influir desde abajo en las maniobras preelectorales del dispositivo, pero que serían aún más necesarias después que antes de las elecciones.
Sería quedarse corto decir que, si la izquierda remolcada llega al poder, en condiciones de adversidad financiera, mediática y patronal que han puesto ya manos a la obra, pero abocadas a un puro arrebato, hará falta un gran número en estado de movilización para salvar de la renuncia a este Nuevo Frente Popular. ¿Qué si las «redes» y los «comités» están aún en pañales? ¿Que si son casi para reírse? ¿Y qué? Por algún sitio hay que empezar. Si queremos intentar hacer algo diferente.*
(Publicado originalmente en 15 de junio de 2024 en «La pompe à phynance», el blog de Frédéric Lordon en Le Monde diplomatique.)
Notas
[1] Nombre que reciben las colectividades territoriales de Francia. Unidad administrativa equivalente a la de municipio.
[2] Traducido comúnmente al español como Agrupación Nacional. Hasta 2018, la principal organización política de extrema derecha de Francia se denominó Frente Nacional. Marine Le Pen, quien encabeza esa organización desde 2011, es hija de Jean-Marie Le Pen, fundador del Frente Nacional y excandidato presidencial en 1974, 1988 y 1995.
[3] Dirigente sindical francés, Secretario General de la Unión Departamental Norte de la Confederación General del Trabajo (CGT), detenido por la policía en octubre de 2023 por «justificación del terrorismo» tras haber convocado a una manifestación pacífica de su sindicato en solidaridad con el pueblo palestino.
[4] Delgado de la CGT en Neuhauser, una de las principales empresas del sector de la panadería, pastelería y repostería de Francia, despedido en abril de 2024 de la planta de Folschviller, en Mosela, por «acosar» a la administración, acusación impugnada por la inspección del trabajo, que se opuso a su despido.
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