NICARAGUA DUELE
>Claudio Katz
>Claudio Katz
Escribir
sobre Nicaragua es tan doloroso y triste como indispensable. Los
recuerdos de la revolución sandinista todavía están vivos en la
generación que conoció esa gesta. El silencio sería una afrenta a
los que participaron en esa memorable insurrección contra Somoza.
Los
hechos de los últimos meses ofrecen pocas dudas. Una sucesión de
protestas sociales fue brutalmente reprimida. Hay 350 muertos de un
solo lado por la acción de fuerzas policiales o paramilitares. En
todos los casos hubo disparos contra manifestantes desarmados, que
respondieron o se escaparon como pudieron de la cacería.
Las
informaciones de numerosas fuentes coinciden en esa descripción. Se
registró una escalada creciente de disparos a mansalva, que comenzó
con algunos caídos y trepó a 60 asesinados a fines de abril. Esa
tragedia no fue interrumpida por el inicio de conversaciones. Al
contrario, el dialogo fue coronado con otros 225 crímenes.
No
existe ninguna justificación de ese salvajismo. Los partes oficiales
(y las voces de apoyo que recibe) no exhiben ninguna prueba de la
“acción terrorista”, que endilgan a las víctimas. Tampoco hay
bajas significativas en el campo gubernamental y no existen registros
del uso de armas de fuego por parte de los opositores.
Estos
acontecimientos no sólo han sido denunciados por los allegados a los
caídos. Infinidad de testigos y una amplia variedad de periodistas
corroboran esos acontecimientos. Pero lo más importante son las
autorizadas voces de ex comandantes y dirigentes del sandinismo, que
han verificado lo ocurrido en el mismo lugar de los hechos. Sus
denuncias tienen altísima credibilidad y son coincidentes con la
visión de viejos participantes extranjeros de la revolución. Estas
opiniones importan por su gran conocimiento de los actores en
disputa.
La
sangría que descargó el gobierno de Ortega se asemeja a la reacción
de cualquier presidente derechista. Fue la típica violencia del
estado contra los descontentos. Frente a ese atroz comportamiento, un
movimiento originado en reivindicaciones básicas asumió un carácter
democrático de resistencia a la represión. La demanda original
contra la reforma de la seguridad social perdió gravitación, frente
el dantesco escenario de centenares de muertos por la balacera de los
gendarmes.
Levantar
la voz frente a este crimen, exigir el inmediato cese de la represión
y el enjuiciamiento de los culpables es la primera definición frente
a lo sucedido.
INVOLUCIÓN
SIN RETORNO
Las
protestas contra el aumento de las cotizaciones de la seguridad
social encontraron un gran eco en la población. Esa simpatía indicó
el malestar existente en amplios sectores. Hay fastidio con políticas
oficiales divorciadas del pasado revolucionario del gobierno.
El
orteguismo no guarda el menor parentesco con su origen sandinista. Ha
establecido alianzas estratégicas con el empresariado, adoptó
medidas exigidas por el FMI y afianzó los vínculos con la iglesia
después de prohibir el aborto. Ha consolidado la privilegiada
burocracia de los negocios que debutó con la apropiación de los
bienes públicos.
Bajo
la conducción de Ortega rige un sistema clientelar asentado
maquinarias electorales. La persistencia de la vieja simbología
sandinista oculta este cambio sustancial, que reproduce la involución
padecida por otros procesos progresistas.
Mucho
antes de convertirse en una simple red de mafiosos, el PRI mexicano
había enterrado su legado de transformaciones agrarias y tradiciones
nacionalistas. Lo mismo sucedió con el MNR de Bolivia, que actuó
durante varios años como un partido reaccionario contrapuesto a su
origen. Los ejemplos de regresión política -que recrea Ortega- se
extienden a otros partidos latinoamericanos, que se despegaron por
completo de sus antiguos anhelos socialistas o antiimperialistas.
Pero
la represión incorpora un viraje más irreversible. Convierte a una
formación aburguesada en una organización antagónica con la
izquierda. Cuando los aparatos policiales asesinan a mansalva se
rompe el último eslabón de contacto con un horizonte progresista.
Esta regresión sin retorno se produjo en Nicaragua en los últimos
meses.
Las
sustanciales diferencias con Venezuela no radican sólo en la
permanencia de un proceso bolivariano, que confronta con la derecha y
defiende la soberanía en un marco de inédita adversidad. En la
interminable sucesión de guarimbas, el chavismo ha batallado contra
intentos golpistas, incursiones paramilitares y provocaciones de
grupos adiestrados por la CIA. Ha cometido muchas injusticias y
hostigado a varios luchadores populares, pero su disputa central ha
sido con la desestabilización promovida y financiada por el
imperialismo.
Lo
ocurrido en Nicaragua es muy distinto. Las protestas no fueron
teledirigidas desde Washington. Surgieron desde abajo contra reformas
aconsejadas por el FMI y se articularon posteriormente en forma
espontánea para defender los derechos vulnerados. Tampoco las
principales figuras de los conservadores -que han concertado
incontables pactos con el gobierno- propiciaron la revuelta. Las
manifestaciones reunieron a un heterogéneo conglomerado de
descontentos, que actúan bajo el timón de la iglesia y el
estudiantado. Las distintas vertientes eclesiásticas no siguen un
libreto uniforme y los estudiantes están agrupados en varias
corrientes internas con líderes de izquierda y derecha.
Este
movimiento con bajo nivel de politización inicial comenzó a adoptar
posturas más nítidas frente al acoso represivo. Su posicionamiento
se afianzó ante el fracaso de las mesas de diálogo, que el gobierno
aceptó de palabra y boicoteó en la práctica.
UNA
MIRADA INTEGRAL
De
todos los pronunciamientos difundidos en las últimas semanas, la
postura adoptada por un reconocido dirigente revolucionario chileno,
reúne méritos ausentes en otras posturas.
Ese
planteo resalta la legitimidad de las protestas, denuncia la traición
de Ortega y cuestiona el silencio cómplice de muchas corrientes
progresistas frente a la represión. Pero también alerta contra la
utilización derechista de las protestas y señala que Estados Unidos
aprovechará el conflicto para socavar al gobierno. Constata, además,
que persiste el apoyo de una parte de la población al oficialismo y
convoca a propiciar una solución pacífica, para que la burguesía
local y su mandante imperial no sean los beneficiarios de la eventual
hecatombe del oficialismo.
[Manuel
Cabieses Donoso, La lección de Nicaragua ,17 julio, 2018,
https://www.nodal.am/2018/07/]
Esta
mirada sintetiza muy bien el repudio moral a las matanzas con el
reconocimiento de la compleja situación creada en el país. Aunque
Ortega pacta sin ningún escrúpulo con todos los exponentes de la
reacción, Estados Unidos busca su desplazamiento. No tolera la
autonomía que ha preservado Nicaragua en su política exterior. El
país no sólo forma parte del ALBA y mantiene estrechos vínculos
con el gobierno venezolano. Pretende además construir un canal
inter-oceánico con financiación china, en la región más caliente
del “patio trasero” de la primera potencia.
Como
se demostró durante el golpe contra Zelaya en Honduras (y más
recientemente en Guatemala), Estados Unidos trata a los pequeños
países centroamericanos como colonias de segundo orden. No acepta la
menor indisciplina de esas naciones. Por esa razón ya puso en marcha
todos los tentáculos para cooptar a los dirigentes de la protesta, a
fin de alinearlos con la futura colocación de un títere del imperio
en reemplazo de Ortega. El encuentro de varios líderes estudiantiles
en Washington con congresistas de la ultra-derecha anticastrista (y
las reuniones del mismo tipo en El Salvador) constituyen los
episodios más visibles, del nuevo operativo que ensaya Trump.
Desconocer
los preparativos de esa agresión sería una inadmisible ingenuidad.
El mismo Ortega que atropella brutalmente al pueblo es visto por el
Departamento de Estado como un adversario a sepultar. Este tipo de
contradicciones ha sido muy frecuente en la historia y debe ser
evaluadas seriamente en la izquierda, a la hora de fijar una
posición. Es vital no sumarse a las campañas de la OEA y a los
alaridos de Vargas Llosa que entreteje el Comando Sur.
PELIGROS
Y DEFINICIONES
Constatar
que el sandinismo conserva la adhesión de una porción de la
población es compatible con los resultados de la última elección.
Pero Cabieses no sólo parte de este dato para convocar a una
solución pacífica. Las negociaciones permitirían evitar la
transformación de la revuelta actual en una confrontación mayor,
con una terrible secuela de víctimas y nefastas consecuencias en el
plano geopolítico y nacional.
Lo
ocurrido en dos lugares de Medio Oriente ofrece antecedentes para
temer esas consecuencias. Tanto en Libia como en Siria predominaban
gobiernos de origen progresista, que involucionaron al punto de
recurrir a la represión contra los militantes y el pueblo. Kadaffi
encarceló palestinos y Assad descargó sobre el pueblo fusilamientos
indiscriminados. En los dos casos, los atisbos de extensión de la
primavera árabe terminaron en tragedias mayúsculas. El estado libio
prácticamente despareció en medio de codiciosas disputas entre
clanes rivales. Siria tuvo un desemboque más dramático. Presenció
primero el copamiento de las protestas por los yihadistas y padeció
luego el peor desastre humanitario de las últimas décadas.
Las
realidades históricas y el escenario político de Medio Oriente y
Centroamérica son muy diferentes. Pero el imperialismo actúa con
los mismos propósitos de dominación en ambas regiones. Destruye
sociedades y demuele países sin ningún miramiento. Si hubieran
ganado la partida en Venezuela, el país sería un cementerio
semejante a Irak, con el petróleo en manos de las grandes compañías
estadounidenses.
Por
estas razones conviene no olvidar en ningún momento quién es el
enemigo principal. Una solución pacífica en Nicaragua es el mejor
camino para evitar la peligrosa utilización imperial del conflicto.
El mecanismo de esa salida estuvo muy presente en la demanda de
diálogo, para negociar eventuales elecciones anticipadas. Este
reclamo difiere de asimilar al gobierno con una dictadura y exigir su
caída.
Aparentemente
en las últimas semanas la tensión ha cedido, no por avances en las
negociaciones sino por el afianzamiento de la represión. Ortega ha
logrado un respiro por medio del látigo. Pero su conducta ha creado
un abismo irremontable con la juventud rebelde. Su divorcio con la
izquierda es definitivo. La tradición revolucionaria del sandinismo
volverá a resurgir, pero en la vereda opuesta del orteguismo.
26-7-2018