Decía sobre Venezuela hace 11 años

Cincuenta años no es nada, ¿otra vez Bandung? Los nuevos gobiernos llamados de izquierda en América Latina 

Quiero escribir sobre Venezuela, pero antes, quiero mostrar coherencia con lo que he opinado anteriormente. Este trabajo fue escrito en 2007 en ocasión de un encuentro de militantes, ha tenido poca difusión. En plena discusión sobre los hechos de hoy en  Venezuela, creo que es necesario analizar este proceso histórico más en profundidad, y por lo tanto acerco esto, escrito unos meses después de la visita de Chávez a Uruguay en 2007, oportunidad en que se produjo acá un fuerte cuestionamiento por parte de la derecha incluyendo el FA. Las ideas que manejo en la parte inicial son un resumen, por no decir plagio, de distintos textos de Samir Amín. Y en la parte final, por si no queda claro, me refiero a la posición de Trotsky sobre el "entrismo", y es en relación a las actitudes de distintos grupos de izquierda que ingresaron en el PSUV. Esta nota es solamente una retrospectiva, y seguiremos.


La aparición de gobiernos llamados de izquierda en los últimos años en América Latina es uno de los fenómenos más trascendentes del mundo actual. Sea cual sea la posición que tengamos sobre ellos, es por lo menos -y para citar a Tabaré (Rivero)- un "¡todavía no!" a la idea del fin de la historia y de que "dicen que el socialismo murió", una idea que campeaba sin problemas hasta no hace mucho. Sostendremos en este trabajo que dichos gobiernos, ninguno de ellos, tiene nada que ver con el socialismo ni con ninguna forma de "transición" a él, a no ser que desvirtuemos totalmente los conceptos. Sostendremos también que precisamente es sólo a partir de un peligroso desvirtuar de los conceptos que se puede estar hablando hoy en esos términos. Pero que sin embargo, y al mismo tiempo, la existencia de estos gobiernos (y recalcamos, de todos ellos) es una demostración fáctica de que las fuerzas históricas del socialismo que emerge en nuestra época son precisamente eso: el sujeto histórico de nuestra época y la fuerza motriz del proyecto socialista.

Bien decía Marx que de la misma forma que no podemos juzgar a una persona por lo que ella piense de sí misma, tampoco a una época. Por lo mismo, no importa demasiado la forma en que estos gobiernos se presenten a sí mismos. Para comprender el fenómeno debemos tomar algo más que palabras.

Sin embargo era lógico de esperar que luego de décadas sombrías de desesperanza y frustración, luego de soportar lo insoportable del discurso triunfalista de la burguesía mundial y de todos sus serviles voceros directos o simplemente permeados por ese discurso (políticos de derecha o izquierda, sindicalistas y activistas de los más variados movimientos, académicos e intelectuales, periodistas o seudoperiodistas, y toda esa tribu de irresponsables payadores que se llaman a sí mismos "cientistas sociales"), luego de ser bombardeados cada día por el discurso de "no hay alternativa" sin poder contestarlo, luego de todo eso, la gente sana de nuestros pueblos se haya entusiasmado con ese cambio de discurso, abrazado a la idea de que estos gobiernos representan una verdadera opción de cambio, y hayan puesto en ellos, siempre según los casos, esperanzas desmedidas

Es algo sano sin duda, en todos los casos. Como dijo con gran sencillez y verdad Stokely Carmichel "la gente lucha por sus esperanzas". Donde no haya esperanza no habrá nada. Pero aunque también las falsas esperanzas ayuden a vivir, no por eso debemos perder nuestro sentido crítico y terminar desvirtuando -como decíamos- los conceptos.

En todos los países de América Latina sin excepción (dejamos afuera completamente aquí el caso de Cuba que merece un análisis no menos realista pero totalmente independiente) rigen las tres características básicas de cualquier sociedad capitalista: 
  • vigencia y prevalencia total de la propiedad privada capitalista de los medios de producción, 
  • vigencia de la forma salarial de esclavitud del trabajo, y 
  • dominio político y social de un estado que conserva todas las características típicas del estado capitalista y en primer lugar la más importante, el monopolio de la fuerza frente a una población desarmada. 
Pero más aún. No solo rige en todos nuestros países el modo de producción capitalista, sino también los elementos principales de su forma neoliberal. Todos tienen una "economía abierta" (subordinada) al capital transnacional, todos pagan de una forma u otra la deuda externa. No solo no hay ningún proceso (salvo experiencias marginales) de auto-organización productiva de los trabajadores y de apropiación social del excedente. Tampoco hay siquiera pseudo-socialismo, ninguna forma de economía estatal planificada, ni proyectos expropiatorios de envergadura, ¡ni siquiera! formas distributivas de tipo socialdemócrata o keynesiano fuera de los tímidos alcances que no pongan en peligro la explotación capitalista en su terrible formato actual. En ese contexto ¿qué sentido tiene hablar de socialismo, revolución, liberación, todo eso? Perecería ser que una inflación cultural se ha comido el valor de las palabras, y los nombres y categorías que ayer valían una fortuna hoy se entregan por moneditas.

Sin embargo no tiene mucha lógica la teoría de ver en casi todos estos gobiernos (o en algunos) nada más simples adecuaciones funcionales a la política imperial o productos de su "táctica" maquiavélica (¿Tan luego Bush a la altura intelectual de Macchiavello?). Aplicando esta teoría hay quienes ven a Tabaré a la derecha de Jorge Batlle. Los hay también que van cambiando las notas reprobatorias según los países y los momentos pero con un criterio bastante arbitrario. ¿Por qué ser durísimos con Evo y alabar hoy a Chávez, el mismo para el que ayer eran los palos? [Aclaro ahora, esta "púa" se refiere a los cambios de postura de James Petras]

Más popular es la idea de separar a estos gobiernos en dos nítidas categorías: los traidores y los héroes. El nuestro, por supuesto, queda del lado de los traidores. Sin embargo, vecinos y simultáneos, algo en común entre sí deben tener si son producto de una misma coyuntura histórica y de sociedades similares. La idea mencionada en sí es simple, y tiene los problemas de las ideas simples.

Tratemos de poner, compañeros, algo de orden en este relajo conceptual.

El nacionalismo burgués tercermundista.


Antes que ponernos a caracterizar en abstracto cada uno de estos fenómenos y andar adaptando la definición de “socialismo” al gusto del consumidor, nos parece mejor comenzar en forma analítica remitiéndonos a lo que más se parecen los mismos dentro de la historia conocida del capitalismo, y analizando luego la diferencia de circunstancias en que ahora ocurren.

En 1955 se reunió la Conferencia de Bandung (Indonesia) que nucleó representantes de distintos países del Tercer Mundo y otros, llamada “la primer internacional de color de la historia”. Se trató de un vasto movimiento de países asiáticos y africanos de distintos regímenes sociales.

Dentro de ellos, la República Popular China era una “estrella solitaria” pero que tenía por su propio peso una incidencia clave y representaba una opción de ruptura anticapitalista. Pero en el resto se manifestaba otra opción, la del nacionalismo burgués bonapartista (“sin burguesía”, aparentemente) que es la que le dio el tono al movimiento. Sus características fundamentales fueron.

  • La lucha por un mejor posicionamiento dentro del mundo capitalista frente a su centro, y no por su ruptura. Llamaremos a esto un antiimperialismo epidérmico.
  • El intento de industrialización y modernización de estos países pero en términos capitalistas, sin romper las relaciones sociales fundamentales y la propiedad privada capitalista de los medios de producción. A lo más que llegaron, parcialmente, es a la propiedad estatal de algunas áreas, pero gestionándolas con lógica capitalista.
  • El conflicto con las clases sociales poseedoras tradicionales, pero no su desplazamiento. Fueron regímenes redistributivos, pero no revolucionarios.
  • La movilización de las masas en forma vertical, como instrumento de apoyo a las estrategias organizadas por el estado, pero no la construcción de poder popular. Ciertamente hubo en algunas de estas experiencias una vertiente popular autónoma y en muchos casos fue un factor de impulso del proyecto, pero estuvo siempre en conflicto con el poder estatal que era quien efectivamente lo conducía.
  • La suposición de que la tecnología es un elemento neutro, que puede ser apropiado copiando las formas desarrolladas por los centros capitalistas (transferencia tecnológica) con independencia de las relaciones sociales que supone.
Si tratamos de medir algunas de las cosas que hicieron dentro del contexto de su tiempo, es claro que la nacionalización del Canal de Suez por el gobierno de Nasser, o la construcción de la gigantesca represa de Asuán en sociedad con la URSS, se trataron de golpes contra el imperialismo mucho más fuertes (aunque sin tantas palabras) que algunos de los que intentan los gobiernos latinoamericanos a que hacemos referencia. Recordemos que el régimen de Nasser fue producto de un golpe militar contra la monarquía oligárquica egipcia, y fue el gobierno de una casta burocrático-militar bonapartista de política nacionalista y populista.

El régimen de Sukarno en Indonesia fue producto de un enorme movimiento popular nacionalista que llegó al poder luego de que los holandeses se retiraron al fin de la Segunda Guerra, apoyado en una burguesía nacional (por entonces y por allá todavía había), en un vasto campesinado y en los sectores medios, y tenía una ideología claramente populista.

Diez años después el movimiento agonizaba. Sukarno fue derrocado por un golpe militar auspiciado por la CIA que conllevó un millón de muertos por la represión contra el poderoso Partido Comunista Indonesio, semi-aliado del régimen. Los demás casos corrieron suerte menos dramática, pero similar. Las causas de esto tenemos que buscarlas en el agotamiento de su proyecto, que ocurre en función de las limitaciones que apuntamos más arriba.

El “capitalismo sin burguesía” (en realidad con una burguesía parcialmente desplazada en el terreno político pero conservando su carácter de clase poseedora de los medios de producción y que tiene en sus manos la acumulación del capital a partir de la extracción de plusvalor) tiene las limitaciones propias del capitalismo en sí, en su variante de capitalismo periférico.

Es indiscutible que los proyectos populistas, nacionalistas, fueron parciales “estados de bienestar” en el Tercer Mundo, en este sentido
podemos incluir el logro de metas temporarias de desarrollo que las variantes agro-exportadora tradicional o neoliberal en la periferia nunca pudieron.

Eso nos da una de las claves para entender el fenómeno. Las clases burguesas locales no están interesadas en dicho desarrollo autónomo, ya que su proyecto como clase está inscripto en un mecanismo ya instalado de explotación imperialista y extracción del excedente. Esto se ha acentuado en los últimos años con la actual estructura de la renta en el sistema mundial capitalista; la mitad del PBI norteamericano se invierte en el exterior, pero más de la mitad del capital de que dispone proviene del exterior, y la tasa de ganancia de las inversiones norteamericanas en el exterior (lo que sale) es el doble de la de las inversiones extranjeras en EEUU (lo que entra); en buen romance, las burguesías locales han dejado de ser clases autónomas e involucradas en los procesos económicos internos de nuestros países sino que soy ya clases totalmente extravertidas cuya única posibilidad de beneficio es como socios rentistas menores del capital imperialista.

No habrá entonces por acá un “capitalismo como la gente” [aludimos a una formulación de José Mujica] si por él entendemos (tesis implícita en esa formulación ideológica) un orden capitalista bajo el comando de una burguesía liberal y que conlleve una acumulación interna de capital que retenga el excedente. Ambas cosas se excluyen entre sí.

La burguesía no quiere retención del excedente. Cualquier retención del excedente se hace en contra de la burguesía. Esta es la clave de las luchas políticas en nuestro continente.

Pero al mismo tiempo estos procesos políticos bonapartistas (los de la época de Bandung y los actuales) no son procesos revolucionarios que rompan los elementos constitutivos fundamentales del orden capitalista: propiedad privada de los medios de producción, explotación salarial del trabajo, libertad para el capital, acumulación de la riqueza en forma de capital.

Es cierto que en algunos casos han hecho extorsiones exitosas parciales sobre algunas expresiones del capital, como es el caso de las concesiones que obtuvo de las petroleras el gobierno de Evo.

Pero la lógica de acumulación donde se depositan estos éxitos sigue siendo la acumulación de capital, y conservando toda la dinámica propia de esa acumulación y de la explotación capitalista, lo que lleva a una mayor concentración de la riqueza.

Podemos ver que la gestión de estos gobiernos es permanentemente torpedeada por las burguesías locales, que parten del punto de vista del paradigma liberal. Esto se ha visto muy claramente en la reciente visita de Chávez a Uruguay. Todos los ataques de blancos y colorados, y también de Astori, se refieren a su carácter anti-liberal, no a un carácter anticapitalista que no tiene. Por el contrario no dejan de marcar (como una aparente contradicción o falencia) el carácter capitalista de la gestión del gobierno de Venezuela.

En realidad los que se contradicen son los Batlle o los Astori. No se les puede pedir a los gobiernos de Bolivia o Venezuela que lleven adelante un proyecto nacional de desarrollo de acuerdo con las burguesías de estos países, porque estas burguesías están en contra. La única forma de hacerlo es siendo “confrontativos” con ellas y con el imperialismo [se alude acá a la crítica que en ese momento hizo Astori públicamente del gobierno de Chávez por "confrontativo", crítica de la cual supo Chávez sacar partido con gran cancha.]

Renunciar a esa confrontación es renunciar a cualquier proyecto de desarrollo autónomo, y eso lo tiene muy claro Astori, porque es lo que hace.

Por el contrario, respecto de los sectores populares, la política de estos gobiernos guarda cierta relación ambivalente. El gobierno de Evo es por toda evidencia, resultado de luchas populares muy radicales, incluyendo levantamientos armados de movimientos de masas que han asimilado una de las tradiciones más ricas de nuestro continente en este terreno, en el terreno en que se hacen las revoluciones reales y no solamente los discursos de verborragia revolucionaria

Es también muy claro que este gobierno no es y no representa verdaderamente un movimiento de masas revolucionario sino su “suplemento”, el espacio faltante en el desarrollo de este movimiento de masas para desplegar su capacidad revolucionaria

El gobierno cubre el espacio faltante con una política populista, nacionalista, estatista, básicamente: con aquellas cosas que puede generar el capitalismo que quiere (más propiamente, que necesita) parecerse al socialismo al mismo tiempo que es su contrario. Y es su contrario porque la lógica de acumulación sigue siendo precisamente la expropiación de la riqueza generada por el pueblo trabajador bajo la forma específica del modo de producción capitalista: la explotación salarial de trabajo y la acumulación de la riqueza bajo la forma de capital. 

Lo notable del caso de Bolivia es que el gobierno de Evo está transformando una economía capitalista en ruinas, dejada por los gobiernos neoliberales anteriores, en una economía capitalista recuperada, sobre la base de una política confrontada con las fuerzas sociales burguesas.

No todo es siempre nuevo bajo el sol, sin embargo.

Si la comparación que se nos viene a la mente en forma espontánea es Chávez con Nasser y Evo con Sukarno, vemos que aquí tenemos un fenómeno nuevo: el campesinado post-industrial

Cuando Marx escribe el 18 Brumario describe a un campesinado francés pre-industrial, producto del todavía insuficiente desarrollo capitalista, en que las formas políticas habían pegado un gran salto adelante merced a "la gran escoba de la Revolución Francesa”, pero las formas económicas conservaban todavía el carácter mezquino de la pequeña propiedad. Ésta, tenía formas claramente capitalistas (la propiedad parcelaria de la tierra) pero el aún relativamente débil desarrollo industrial de Francia les permitía sobrevivir “como una gigantesca bolsa de papas”

Las formas políticas, la “dinastía campesina de los Bonaparte”, llenaba ese vacío y lo amoldaba a las necesidades de desarrollo de la burguesía francesa, que necesitaba por su propia debilidad apoyarse en la tutela del estado y el capital financiero nacional francés (es decir, no seguía una línea de desarrollo modélicamente liberal como en Inglaterra) aproximándose en parte a lo que sería mucho más claramente y con más fuerza la forma vertical del desarrollo capitalista bismarkiano en Alemania (que por algo les ganó la guerra).

La forma específica del “bonapartismo bonapartista” dentro de la amplia categoría marxista de bonapartismo (que muchas veces se presta a confusión cuando se abusa de ella) está dado por esa correlación de clases que es producto de un capitalismo ascendente.


En cierta forma, el régimen de Sukarno se apoyaba en un campesinado pre-industrial. Aunque el resto de los actores ha cambiado totalmente en ese escenario.

Pero el gobierno de Evo ya es producto de un escenario cualitativamente diferente. La debilidad industrial de Bolivia está dada por la superposición de dos ondas históricas, la de largo plazo de subdesarrollo endémico o lumpen desarrollo de nuestras formaciones sociales de capitalismo periférico (la industrialización está bloqueada por las relaciones de dependencia) y la de corto plazo de auge y caída del proyecto neoliberal: desmantelamiento de la industria nacional por la apertura económica y al mismo tiempo la crisis social que el proyecto neoliberal provocó. Los obreros son expulsados nuevamente al campo (reversión de la tendencia histórica migratoria del capitalismo) y se convierten en plantadores de coca.

Pero lo hacen conservando la herencia de los movimientos sindicales obreros y mineros, e incluso insurreccional de éstos. Las luchas de masas que protagonizan y que están en la base del ascenso de Evo, muestran la irrupción en la escena de este campesinado post-industrial, muy distinto del que analizara Marx (ya no tenemos acá “una gran bolsa de papas”). Lo que los mueve no es su incorporación al mercado capitalista sino su exclusión de él, primero como vendedores de su fuerza de trabajo, después como plantadores de coca.

El caso del gobierno de Chávez es aun más descarnado. No se trata de un proceso apoyado por el desarrollo del movimiento de masas y la transformación de la vieja izquierda (como en Bolivia) sino su colapso. El ascenso de Chávez es mucho más típicamente bonapartista, producto de un “vacío de poder” en un sentido mucho más estricto. Los alineamientos de las expresiones políticas de las distintas clases se van produciendo a posteriori, y modelándose en el propio proceso.

Aún no han terminado de modelarse, pero su estructura básica se conserva y el movimiento de masas emergente no ha logrado aún romper la matriz: un bonapartismo burocrático militar que intenta un desarrollo capitalista de tipo bismarkiano en la periferia apoyándose -no en este caso en el capital financiero producto del desarrollo mercantil nacional sino- en la renta petrolera de la estructura tradicional extractivo-exportadora de la dependencia y en el factor coyuntural que introduce la guerra imperialista. La sola descripción del proyecto (si acaso hemos acertado a describirlo correctamente) nos muestra la debilidad de su base de sustentación.

Cuando mencionamos como una de las características del nacionalismo burgués de Bandung, la ilusión de que la tecnología es neutra, sin depender de las relaciones sociales, no podemos dejar de pensar que es precisamente la característica del proyecto petrolero chavista. Solo que en este caso las contradicciones ya están completamente desplegadas.

Por lo tanto, proponemos caracterizar como de pseudo-izquierda a aquellos gobiernos llamadas de izquierda cuyo proyecto es liberal además de ser capitalista (caso del gobierno de Tabaré Vázquez) y que su forma de bonapartismo es, sin duda, apoyada en el crecimiento de la lucha de los pueblos y representante de esa “disputa” pero que su política es claramente burguesa y la “disputa” es externa a ellos (la lucha de clases de los explotados es contra ellos, sin ambigüedades).

Y proponemos considerar de izquierda a los gobiernos capitalistas anti-liberales, en los cuales la posible “disputa” es un problema táctico a considerar. Antes de entrar en esto tengamos claro los límites de nuestras categorías.

El capitalismo no es necesariamente liberal (nos referimos por supuesto al liberalismo económico, en América Latina ya hemos aprendido que el liberalismo económico puede combinarse con el fascismo y el terrorismo de estado, no es de eso que estamos hablando), pero el liberalismo es su forma típica, y el anti-liberalismo su régimen de excepción

Queda claro también, y creo que no es necesario abundar en esto, que el liberalismo es siempre asimétrico, es decir que la economía nacional hegemónica conserva el proteccionismo hacia adentro e impulsa el liberalismo hacia afuera. La ilusión de gobiernos cipayos como el uruguayo de obtener medidas de desprotección y abandono de subsidios agrícolas por parte de los países centrales no es más que una utopía reaccionaria

De lo que estamos hablando entonces es del régimen capitalista anti-liberal en términos económicos en la periferia capitalista, sin romper los lazos de dependencia que son estructurales al capitalismo periférico.

Nuevamente, el solo enunciado del problema (en el supuesto que lo hayamos hecho medianamente bien) 
ya nos conduce a su “solución” (?)

Porque resulta evidente que el anti-liberalismo capitalista en la periferia es un coloso con pies de barro (en el mejor de los casos), porque sigue apoyado sobre los ejes de la dependencia. De ninguna manera podemos considerarlo un régimen revolucionario o de transición siquiera. Tampoco es una alternativa perdurable dentro del propio capitalismo, que pueda romper los lazos de dependencia y abrir una vía de desarrollo nacional capitalista, como lo ha demostrado la experiencia de Bandung, y hoy rigen condiciones mucho más desfavorables que entonces (el predominio del capital financiero, la inexistencia del “campo socialista”, etc.)

Es el producto -en tanto régimen de excepción- del aflojamiento coyuntural de los lazos de dependencia, producto de la decadencia de la hegemonía yanqui en el mundo capitalista (que es el todo el sistema mundial incluidas todas sus contradicciones)

El anti-liberalismo capitalista periférico es solamente lo que el imperialismo no puede evitar que ocurra, pero ocurre dentro del sistema mundial capitalista, y correspondería mejor hablar de un “capitalismo del siglo XXI” (una de sus formas posibles dentro de las varias formas contradictorias) que cometer la aberración de calificarlo de “socialismo”, o de “transición a” (categoría esa última que nunca se ha logrado definir satisfactoriamente siquiera en el papel, hasta donde llega nuestro conocimiento, para no hablar de la triste realidad)

El capitalismo anti-liberal periférico no es ni puede ser por su propia definición, un camino de ruptura anti-capitalista. Pero más que entrar aquí en una discusión semántica, usaremos lo que nos queda del espacio pautado para entrar en el tema que verdaderamente ese el centro de la polémica.

La estrategia y táctica revolucionaria ante el capitalismo anti-liberal

Lo primero que salta a la vista es que para nosotros, revolucionarios socialistas, que somos antiimperialistas porque y en tanto somos socialistas y no meramente antiimperialistas por nacionalistas (como lo explica Mariátegui), que no queremos ni buscamos ni el mejoramiento ni la supervivencia del capitalismo, el capitalismo anti-liberal confrontado con el imperialismo (parcialmente confrontado) es un aliado circunstancial. Las circunstancias específicas de esta alianza son las circunstancias de la derrota del socialismo

Es la pobreza de nuestro desarrollarlo propio lo que hace que estas formas políticas bonapartistas ocupen este lugar transitorio. Y es la internalización de la derrota lo que puede llevar a la confusión conceptual de estar hablando de socialismo o transición a él en la forma en que ocurre no solo con el bonapartismo apropiándose de nuestras banderas sino también con buena parte de nuestros compañeros sosteniendo esa apropiación.

La estrategia socialista sólo puede ser la de promover el desarrollo independiente de la lucha popular por los objetivos auténticamente socialistas, utilizando las alianzas circunstanciales como factor de desarrollo independiente, y no al revés, subordinadas a la matriz populista y bonapartista y renunciando al proyecto socialista (o postergándolo para una coyuntura futura, lo que es lo mismo).

Planteada así de groseramente nuestra idea estratégica, vayamos de plano al problema de la táctica, que es donde se ven estas contradicciones en carne viva.

Si hay un aspecto de la política en que las cosas solamente pueden ser en blanco y negro, es en el desarrollo de la herramienta partidaria. La construcción del partido de la clase trabajadora no es un acto de voluntad, no surge de un diseño de laboratorio ni de un organigrama. Se forja en la lucha del movimiento social, y la vanguardia (disculpen compañeros nuestra propensión a las “malas palabras” y nuestra falta de adaptación a las modas, el partido socialista revolucionario ES una vanguardia y no tiene sentido alguno si no lo es) solo puede aparecer y conformarse dentro de la propia lucha, y en particular, dentro de la lucha del movimiento social de masas.

Pero aún en las más extremas condiciones de debilidad, el proyecto partidario solo tiene sentido en tanto abre el camino independiente del socialismo revolucionario, y por lo tanto confrontado con los otros proyectos políticos en disputa dentro de la lucha de clases. El desarrollo de nuestras fuerzas y nuestro arraigo de masas solo tiene sentido si se hace dentro del marco de un desarrollo político independiente.

En determinados momentos de la historia del movimiento obrero, circunstancias extremas llevaron a algunos teóricos revolucionarios a proponer el ingreso a partidos de base obrera aunque de políticas claramente no revolucionarias y pro-burguesas como fórmula transitoria de acumulación política inicial. Debemos hacer dos observaciones sobre esto.

La primera, es que estos movimientos tácticos fracasaron.

Sea cual sea el respeto que nos inspiren las ideas de los viejos maestros, más respeto nos inspira la realidad, y esa es además la gran lección que nos quisieron transmitir los viejos maestros.

Una cosa además es la alianza (que puede tener distintas formas) y otra muy distinta es la organización común. Es claro que alguna forma de alianza con estas expresiones de populismo o nacionalismo burgués debemos buscar nosotros, los socialistas revolucionarios. La organización común (en buen cristiano, la renuncia a la organización propia) tiene en su haber fracasos mucho más dramáticos.

La segunda, más brutal todavía, es que una cosa es la alianza o la organización común que tiene (y podemos discutirlo todo lo que se quiera) un sentido cuando nuestros posibles aliados están en la oposición [el caso del PS francés en tiempos de Trotsky], y luchan por desalojar a las formas más reaccionarias de la política burguesa. Pero algo muy distinto es cuando están en el gobierno y por lo tanto están a cargo de la gestión del modo de producción capitalista. Por más que sea correcto apoyar a estos gobiernos contra la agresión imperialista (y no a cualquier gobierno que se enfrente al imperialismo, y en cualquier circunstancia, como queda claro en el caso de Saddam, los talibanes, etc.) nunca es correcto borrar la línea que separa la política de ellos de la nuestra.

Nuestra convocatoria es a luchar por el socialismo, por el socialismo obrero y revolucionario, no sus falsificaciones. No el nacionalismo burgués con la verborragia “socialista”.

No puede haber tarea más importante que la educación política e ideológica de las masas en distinguir la política revolucionaria socialista de estos otros fenómenos reformistas: el populismo, el bonapartismo, el nacionalismo burgués.

Un millón de muertos en el golpe de la CIA contra Sukarno, cuyo blanco principal fue el movimiento popular liderado por el Partido Comunista de Indonesia, debería ser suficiente advertencia.


Setiembre de 2007

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