El partido de la Revolución
>Leo Panitch

[Reproducimos aquí solamente la primera parte de esta nota de este conocido investigador marxista canadiense, porque dicho comienzo está relacionado con el tema del centenario de la revolución rusa de 1917, sobre el cual hemos publicado muchos abordajes. La nota completa puede encontrarse en SinPermiso, http://www.sinpermiso.info/textos/el-partido-de-la-revolucion]


Una nueva explicación fresca y cautivadora de la Revolución Rusa para recordar su centenario, concluye con un tributo a los bolcheviques por actuar como los guardagujas de la historia, un término derivado de las pequeñas casetas que salpicaban el trazado ferroviario del Imperio Ruso en las cuales, desde hacía ya tiempo, los revolucionarios se reunían clandestinamente. Contra los llamados “marxistas legales”, que en 1917 usaron el término como epíteto para menospreciar a aquellos que tratarían de desviar la locomotora de la historia en su ruta desde la estación política feudal a la estación capitalista –a la cual estaba programada su llegada antes de que pudiera partir a su estación socialista final–, China Miéville pregunta en Octubre: “¿Qué podría ser más perjudicial para cualquier vestigio de teleología que aquellos que tenían en cuenta las vías alternativas de la historia?” Lo que hace que octubre de 1917 no sea solo “en última instancia trágico” pero aun “en última instancia inspirador” es que mostró que era posible actuar de forma decisiva como para acoplar, dicho con Miéville, “los cambios de aguja hacia las vías ocultas, a través de la historia más salvaje”.

No había, por supuesto, vías ocultas. Si se siguiera haciendo uso de la metáfora, se necesitaría reconocer que las vías que hubieran formado un ramal ajeno al desvío que llevaba a la insurrección de octubre de 1917 tenían aún que ser forjadas y colocadas. Los bolcheviques que lideraron la insurrección, sobre todo Lenin y Trotsky, ciertamente no pretendieron construir un ramal paralelo. Más bien creían que aquellos trenes, ya de por sí más adelantados que los rusos en las vías de la historia, estaban programados para llegar de manera inminente a la estación final del capitalismo (la “superior” como Lenin la había designado en su panfleto de 1916 sobre imperialismo). Y esperaban que aquellos trenes se apresurarían para salir de esa estación inspirados por la determinación de los guardagujas rusos, quienes entonces reacoplarían los cambios de aguja para incorporarse a la vía de la historia dirigida a la terminal socialista. Sin embargo, como rápidamente señaló el fracaso de la revolución comunista alemana de 1919, los trenes de la vía principal no lograron partir de la estación capitalista. El resultado, tal y como Miéville lo plantea, fue que “los años y meses siguientes verían a la revolución acosada, asediada, aislada, osificada, rota. Nosotros sabemos hacia dónde se está dirigiendo esto: purgas, gulags, hambrunas, asesinatos en masa”.

El ramal ferroviario que en realidad fue construido –serpenteando tortuosamente desde la Guerra Civil, atravesando la mercantilizada NEP de los primeros años de Lenin hasta la industrialización centralmente planificada y la colectivización agraria forzada de Stalin– convirtió el periodo de vía doble en una realidad durante la mayor parte del siglo XX. Los revolucionarios que rompieron más bruscamente con la práctica del “socialismo de un solo país” y sufrieron gravemente por sus particulares métodos, aún creyeron, como Trotsky dijo exiliado en 1932, que “el capitalismo ha sobrevivido a sí mismo como un sistema mundial”. Incluso en medio del dinamismo capitalista liderado por los estadounidenses del periodo posterior a 1945, fue la vía soviética de industrialización la que más impresionó a los revolucionarios –y a buena parte de los reformistas– de los países desarrollados. Y aun así, resultó ser el ramal paralelo construido por la Revolución de Octubre el que culminó en una vía muerta de la historia. Antes de que terminara el siglo, observando los trenes de alta velocidad recorriendo ahora la vía capitalista, los nuevos guardagujas parecían todos demasiado ansiosos por acoplar los cambios de vía una vez más e incorporarse por la que el capitalismo corría hacia el siglo XXI hasta quién sabe dónde.

Ya es hora de prescindir de la metáfora. Y de lo que también deberíamos prescindir es de nuestra tendencia a proclamar el inminente “fin del capitalismo”. Por muy útil que siga siendo el materialismo histórico para revelar cómo el capitalismo desplazó anteriores modos de producción –y por tanto para revelar la posibilidad de un futuro post-capitalista– no hay vías ocultas en la historia. Lo que hay es solo gente tratando de hacer historia bajo condiciones que no han elegido. Y por muy esenciales que puedan ser los análisis marxistas de las viejas y nuevas contradicciones del capitalismo para entender tales condiciones, ni las limitaciones en el desarrollo de las fuerzas productivas, ni las crisis económicas, ni siquiera las ecológicas serán por sí mismas el final del capitalismo. Solo gente capaz de hacer historia puede hacer tal cosa, y si esa nueva historia ha de ser socialista, también deberán ser capaces de hacer todo lo anterior.

En este sentido, cabe apuntar que también hay fuertes rastros de teleología inherentes a la tan frecuente perspectiva según la cual, al haber desviado a Rusia de su presumible “camino natural de desarrollo”, Octubre de 1917 simboliza un acto arbitrario organizado a espaldas de la sociedad rusa por un grupo de ideólogos marxistas inclinados a llevar a cabo su llamado “experimento socialista” a cualquier precio. En realidad, lo que todavía provee de “legitimidad histórica” a Octubre, como David Mandel nos recuerda en otro nuevo libro conmemorando el centenario, es cuán extenso fue su apoyo. Escribe: “Octubre fue de hecho una revolución popular”.

En tanto que el centenario de la Revolución Rusa es ocasión para nuevas reflexiones sobre la posibilidad de una transición del capitalismo al socialismo un cuarto de siglo después del fin del comunismo, debemos recibirlo de buena gana, con dos cláusulas. Primera, que el lugar acertado para empezar es un cuarto de siglo antes de 1917, por ejemplo, con el novedoso fenómeno político de la amplia emergencia de partidos socialistas de masas organizados, profundamente incrustados en las clases trabajadoras. Y segunda, que el sentido de esta vuelta a atrás debe identificar y aprender, no solo las posibilidades que mostraron sino también sus confusiones y limitaciones para ver mejor cómo estas pueden ser, si no evitadas, al menos trascendidas en nuevos intentos que sin duda serán llevados a cabo bajo las condiciones capitalistas del siglo XXI; para desarrollar nuevos partidos políticos que actúen como eje organizacional y estratégico entre la formación de la clase obrera de un lado y la transformación del estado capitalista del otro.

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