PSICOLOGÍA DE MASAS DEL FASCISMO
Capítulo I - La ideología como poder material


1. El conflicto

En el transcurso de los meses que han seguido a la toma del poder por el nacionasocialismo en Alemania, hemos podido con frecuencia hacer una comprobación que vamos a utilizar como punto de partida. Hemos visto aparecer dudas respecto a lo acertado de la concepción fundamental que tiene el marxismo de la historia social, dudas que se han producido incluso entre aquellos que durante años habían demostrado con la acción su firmeza revolucionaria. Estas dudas se relacionan con un hecho incomprensible al primer contacto, pero que es imposible negar: el fascismo, siendo por sus objetivos y por su esencia el representante más extremado de la reacción política y económica, toma, después de varios años, las dimensiones de un fenómeno internacional y desborda en muchos países de forma visible e innegable al movimiento revolucionario del proletariado. El hecho de que este fenómeno se produzca de forma mucho más acusada en los países altamente industrializados no hace sino agravar el problema. Ante el refuerzo internacional del nacionalismo se impone el hecho de la debilidad del movimiento obrero en una fase de la historia moderna que se ha convertido en económicamente madura debido a la dislocación del modo de producción capitalista.

A todo esto se añade el recuerdo imborrable de la debilidad de la Internacional obrera en el estallido déla guerra mundial y del fracaso del levantamiento revolucionario de 1918-1923, fuera de Rusia. Las dudas en cuestión se relacionan, pues, con hechos de un indudable peso; si son justificadas, si la concepción fundamental de Marx no es correcta, es necesario que el movimiento obrero tome resueltamente una nueva orientación si quiere alcanzar su objetivo; pero si las dudas no están justificadas, si la concepción fundamental de Marx es correcta, hace falta entonces analizar, de la manera más profunda y diversa que sea posible, las causas de la debilidad del movimiento obrero registradas hasta el presente, y —esto es primordial— elucidar hasta el último grado este movimiento de masas de un nuevo tipo que es históricamente el fascismo; de ahí podría obtenerse una práctica nueva.

No podemos en ningún caso confiar en un cambio de la situación actual si no podemos comprobar ni una ni otra hipótesis. Está claro que no se llegará al objetivo llamando a la conciencia revolucionaria de la clase obrera ni aplicando el método a lo Coué [farmacéutico y psicólogo francés que ideó un método de psicoterapia basado en !a autosugestión] practicado hoy día con tanta predilección que oculta los defectos y camufla como ilusiones hechos importantes. Sería asimismo ilusorio alegrarse del hecho de que también el movimiento obrero «vaya hacia delante», de que aquí y allá haya combates y huelgas. Ya que lo decisivo no es el hecho de que se vaya hacia delante, sino a qué ritmo se marcha en relación al reforzamiento y a la progresión en el plano internacional de la reacción política.

Si el joven movimiento sexual-político está interesado en una elucidación radical de estos problemas, no es únicamente porque forma parte integrante de la lucha de liberación social en general, sino también y principalmente porque la realización de sus objetivos está indisolublemente ligada a la realización de los objetivos económico-políticos del movimiento obrero. Por ello queremos tratar de mostrar, a partir del aspecto sexual-político del movimiento obrero, en qué punto los problemas específicamente sexual-políticos se mezclan con los problemas políticos generales.

En muchas asambleas alemanas oíamos con frecuencia a anticapitalistas avisados y llenos de buenas intenciones, aun si pensaban en términos nacionalistas y metafísicos como Otto Strasser, hacer la siguiente objección a los marxistas: 

«Vosotros los marxistas os declaráis habitualmente seguidores de la doctrina de Karl Marx. Pero por lo que nosotros sabemos, Marx, enseñó que la teoría sólo se confirma por la práctica. Ahora bien, todo lo que sabéis hacer es dar explicaciones a los fracasos de la Internacional obrera. Vuestro marxismo se ha debilitado: lo que ha servido de explicación al fracaso de 1914 es la retirada de la socialdemocracia; en cuanto a 1918, ha sido la traición de su política y de sus ilusiones. Y he aquí que tenéis todavía nuevos argumentos en la mano para explicar cómo, en el momento de la crisis mundial, las masas se han inclinado a la derecha y no a la izquierda. Pero todas vuestras explicaciones no podrán suprimir el hecho del fracaso. Después de ochenta años nos gustaría mucho ver la confirmación de la doctrina de la revolución social en la práctica. Vuestro principal error reside en que negáis el alma y el espíritu, en que os burláis y no comprendéis aquello que todo lo mueve»

Tales eran poco más o menos sus argumentos y los portavoces marxistas no encontraban unas respuestas adecuadas para tales preguntas. Se veía cada vez más claro que limitando el debate a los procesos objetivos de crisis socio-económica (modo de producción capitalista, anarquía económica, etc.) la propaganda política de masas no llegaba a nadie fuera de la minoría de aquellos que se encontraban ya incorporados al frente de izquierdas, que no bastaba con poner en primer plano la miseria material, el hambre de las masas, ya que esto es lo que hacía cada partido político, e incluso la Iglesia; y finalmente este fue el triunfo, en lo más profundo de la crisis y de la indigencia, de la mística del nacional-socialismo sobre el socialismo científico. Era imprescindible por tanto, reconocer que había manifiestamente en la propaganda y en la concepción de conjunto, una gigantesca laguna a partir de la que se podía comprobar igualmente que se trataba de insuficiencias en la aprehensión marxista de la realidad política, insuficiencias a las que se podían encontrar múltiples medios de remediarlas en el método del materialismo dialéctico. Pero no habíamos sacado partido de estas posibilidades; digamos, para anticiparlo de forma breve, que la política marxista no había o había integrado mal a sus cálculos y a su práctica política la psicología de las masas y los efectos sociales del misticismo.

Cualquiera que haya seguido y vivido la teoría y la práctica del marxismo de estos últimos años en la izquierda revolucionaria se habrá dado cuenta necesariamente de que ambas estaban limitadas al único dominio de los procesos objetivos de la economía y a la política de Estado en sentido estricto, que no seguían atentamente ni captaban eso que se lia dado en llamar el «factor subjetivo» de la historia, la ideología de las masas en su evolución y en sus contradicciones; omitían principalmente el aplicar de modo siempre nuevo y el guardar siempre vivo el método del materialismo dialéctico, de aprehender por este método, de manera siempre nueva, cada fenómeno social nuevo. La aplicación del materialismo dialéctico a fenómenos históricos nuevos —y el fascismo es un fenómeno de este género, que no conocieron ni Marx ni Engels y que Lenin sólo examinó en sus inicios— no puede conducir a una práctica falsa, y esto por una razón muy sencilla, pero gravemente olvidada hasta hoy día: la aprehensión burguesa de la realidad se sale del tema de sus contradicciones y de sus datos reales; la práctica política burguesa se sirve automáticamente de las fuerzas de la historia que obstaculizan su evolución; no puede triunfar sino desde el momento en que la ciencia revolucionaria haya desvelado completamente las fuerzas que, opuestas a las primeras, deben necesariamente acabar con ellas. Como expondremos más adelante, la base de masas del fascismo, la pequeña burguesía soliviantada, no había puesto en acción solamente a las fuerzas regresivas de la historia, sino también a las fuerzas que empujaban potentemente hacia delante; esta contradicción no se ha advertido; es más, todo el problema del papel de la pequeña burguesía no ha ocupado nunca el primer plano de los debates hasta poco antes de la toma del poder por Hitler, e incluso cuando se ha dado este caso, aquí o allá, ha sido siempre de manera unilateral, mecanicista. En todos los ámbitos de la existencia humana, la práctica revolucionaria cae por su propio peso, con tal de que se adviertan las contradicciones en cada nuevo proceso; entonces consiste sencillamente en ponerse aliado de las fuerzas que actúan en el sentido de la evolución enfocada hacia delante, y en asegurar el dominio práctico para favorecer la toma de conciencia. Ser radical, decía Marx, significa «tomar las cosas por la raíz»; si se toman las cosas por la raíz, si se comprende su proceso contradictorio, la práctica revolucionaria está asegurada. Si no se las interpreta así, caemos, queramos o no, nos llamemos materialistas dialécticos o no, en el mecanicismo, el economicismo o incluso en la metafísica, y desarrollaremos necesariamente una práctica falsa. Por consiguiente, una crítica de esta práctica falsa no tiene sentido ni valor práctico alguno más que si está en condiciones de demostrar en qué punto no se han advertido las contradicciones de la realidad. Marx ha efectuado un acto revolucionario no lanzando proclamas o indicando objetivos revolucionarios, sino principalmente reconociendo en el proletariado a la fuerza progresiva de la historia y haciendo una presentación acorde con la realidad de las contradicciones de la economía capitalista, de modo que todo el mundo puede saber hoy día cuáles son las fuerzas económicas que empujan hacia delante y cuáles las que las obtaculizan. Si el movimiento obrero ha embarrancado, ha sido forzosamente porque las fuerzas que impiden la marcha hacia delante no habían sido aún completamente actualizadas, y sin duda respecto a muchos puntos esenciales.

De este modo el marxismo vulgar, cuya característica principal reside en negar el método del materialismo dialéctico prácticamente, no aplicándolo, ha llegado a concebir que una crisis económica de la magnitud de la de 1929-1933 debía producir inexorablemente la evolución ideológica hacia la izquierda de las masas afectadas. Mientras que, aun después del fracaso de enero de 1933, se hablaba en Alemania de un «auge revolucionario», la realidad mostraba que la crisis económica, que debería haber entrañado según lo esperado, una evolución hacia la izquierda de la ideología de las masas, había llevado en realidad a una evolución hacia la extrema derecha de la ideología de las capas proletarizadas y de aquellas otras que se habían sumido en una miseria más profunda que nunca. De ello resultó un conflicto entre la evolución de la base económica que empujaba hacia la izquierda y la evolución de la ideología de grandes capas de la población que lo hacía a la derecha. Este conflicto no ha sido advertido. Y por el hecho de no haberlo sido, no se ha podido por menos de plantear la cuestión de cómo el grueso de la masa puede hacerse nacionalista en un proceso de depauperación. Términos como «chauvinismo», «psicosis», «consecuencias de Versalles», no bastan para dar cuenta prácticamente de la tendencia del pequeño-burgués, por ejemplo, a adherirse a la extrema derecha en caso de depauperación, porque no aprehenden realmente el proceso. Por lo demás, no han sido únicamente los pequeños burgueses, sino amplias capas del proletariado, y no siempre las peores, las que se han inclinado a la derecha. Tampoco se ha advertido que la burguesía, puesta en guardia por el triunfo de la revolución rusa, ha recurrido a nuevas experiencias preventivas, aún no comprendidas, que el movimiento obrero no ha analizado (por ejemplo, el plan Roosevelt); no se ha advertido que el fascismo, en su punto de partida y al comienzo de su desarrollo como movimiento de masas, se vuelve en primer lugar contra la gran burguesía, y que no se le puede esquivar diciendo que es «únicamente el guardián del capitalismo financiero», aunque tan sólo sea porque es un movimiento de masas.

¿Dónde se sitúa el problema? La concepción fundamental de Marx captaba en primer lugar la explotación de la mercancía fuerza de trabajo, y la concentración del capital, según un proceso necesario, en un pequeño número de manos, lo que va acompañado de la depauperación progresiva de la mayoría de la humanidad trabajadora y en primer lugar del proletariado. De este proceso Marx deduce la necesidad objetiva de la «expropiación de los expropiadores». Las fuerzas productivas de la sociedad capitalista hacen saltar el marco del modo de producción; la contradicción entre producción social y apropiación privada de los productos por el capital sólo puede resolverse por el adecuamíento del modo de producción al estado de las fuerzas productivas. A la producción social debe acompañarle la apropiación social de los productos. El primer acto de esta adecuación es la revolución social; este es el principio económico fundamental del socialismo científico. Y esta adecuación sólo puede realizarse si la mayoría depauperada establece la «dictadura del proletariado», como dictadura de la mayoría de los trabajadores sobre la minoría de los propietarios, expropiados ya de los medios de producción. Los preámbulos económicos a la revolución social se han verificado conforme a la teoría de Marx: el capital está concentrado en un pequeño número de manos, el desarrollo de la economía nacional en economía mundial se encuentra en una contradicción muy aguda con el sistema aduanero de los estados nacionales, la economía capitalista no llega apenas a la mitad de su capacidad de producción, dando con ello la mejor prueba de su anarquía, la mayoría de la población de los países altamente industrializados está depauperada, cerca de cincuenta millones de personas se hallan en paro forzoso, cientos de millones de trabajadores no consiguen asegurarse más que una existencia famélica. Pero la expropiación de los expropiadores no se lleva a cabo y, contrariamente a lo esperado, la historia parece tomar, en la encrucijada de los caminos del socialismo y de la barbarie, primeramente la dirección de la barbarie, lo que significa por otra parte el refuerzo internacional del fascismo y el estancamiento del movimiento obrero. Y que aquel que confíe todavía con certeza en una salida revolucionaria de la guerra mundial que se está preparando, que cuenta, por decirlo así, con que las masas volverán las armas que se les pongan en las manos contra el enemigo de dentro, que se preocupe de seguir por lo menos la evolución de la reciente técnica bélica y que no rechace a priori el argumento expresado en los últimos tiempos según el cual es muy improbable el armamento de las grandes masas para la próxima guerra. Según esta concepción, las acciones bélicas estarían dirigidas contra las masas desarmadas de los grandes centros industriales, y serían ejecutadas por un pequeño número de técnicos seleccionados y de absoluta con fianza.

Por esta razón, el cambiar nuestro modo de pensa miento y de reflexión es la condición indispensable para una práctica socialista nueva.

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