Ellos o nosotros
>Claudio Katz
>Claudio Katz
Siempre se
supo que Macri gobernaba para los ricos y que su modelo económico
desembocaría en una gran crisis. La primera afirmación quedó
corroborada por la redistribución regresiva del ingreso perpetrada
en los últimos dos años. La segunda comenzó a verificarse con la
corrida cambiaria de la última semana.
Está
temblando un modelo neoliberal asentado en enormes desequilibrios
externos y fiscales solventados en el endeudamiento externo. Todos
imaginaban que la financiación iba a durar hasta el 2019, pero el
fin de la película se adelantó en forma imprevista.
Wall Street anunció en marzo
que no aceptaría más bonos. El gobierno maquilló esa negativa con
un engañoso anuncio de mayor financiación local, pero los capitales
golondrinas captaron de inmediato el significado de la sequía.
Emitieron la orden de retirada y comenzó la incontenible trepada del
dólar.
La financiación se ha cortado
por la desconfianza de los acreedores. Intuyen la futura insolvencia
del deudor argentino. Por eso las calificadoras bajaron el pulgar, el
riesgo país aumenta y la prensa especializada describe escenarios
dramáticos.
Una consecuencia del modelo
La fragilidad del sector
externo es el punto más crítico del esquema actual. Los bancos
retiraron los créditos, al notar la ausencia
futura de los dólares requeridos para sostener el endeudamiento.
Observan la magnitud el déficit externo, que el año pasado
superó los 30.000 millones de dólares (5% del PBI).
El
bache central se localiza en la esfera comercial. El desbalance de
8000 millones del 2017 marcó un récord histórico. Ha sido generado
por las fantasías librecambistas del oficialismo, que abrió el
mercado a todo tipo de importaciones.
Mientras que en el mundo impera
una dura negociación de aranceles, Argentina se ha transformado en
un depósito de cualquier excedente. Para colmo, las exportaciones se
frenaron, como resultado de la apreciación cambiaria que genera el
ingreso de capitales especulativos.
El desbalance en el plano
financiero es igualmente dramático. La salida de
divisas acompaña a Macri, desde el mismo día que imaginó la
incumplida la lluvia de dólares. La remisión de utilidades ha sido
tan sostenida como la fuga de capital. Ese drenaje es congruente con
la eliminación de todas las regulaciones a la actividad financiera.
Los controles en el circuito bancario fueron desarmados, con la misma
velocidad que se anuló la obligación de liquidar los dólares de la
exportación.
En la misma
desprotección se asienta la bicicleta financiera de los
fondos que lucran con la altísima rentabilidad de los bonos
argentinos. Las delirantes tasas de interés que aseguran ese
negocio, destruyen cualquier posibilidad de inversión productiva. El
malgasto de las divisas ha incluido también el despilfarro en el
turismo. Esa hemorragia fue incluso celebrada por varios ministros
como un maravilloso ejemplo del “retorno al mundo”.
El agujero fiscal es también
impresionante. Bordea el típico porcentual del PBI (6-7%), que
tradicionalmente precipitó los grandes terremotos de la economía.
El gobierno resalta la envergadura de ese déficit y lo presenta como
un mal ajeno que debe administrar. Con gestos de compasión, afirma
que debió mantenerlo para financiar el gradualismo y evitar mayores
sacrificios de la población. Pero oculta que todos los
desequilibrios derivan del modelo en curso y no del ritmo de su
implementación. Si hubiera apretado el acelerador del mismo combo
neoliberal, el desastre sería infinitamente superior.
Cuando los funcionarios
despotrican contra la costumbre de “gastar más
de lo que ingresa”, ubican todas las desgracias en el primer
componente. Olvidan que la recaudación quedó seriamente afectada
por la reducción de los impuestos a los exportadores. Tampoco
señalan que el blanqueo no revirtió la evasión. Argentina figura
en el quinto puesto mundial de ese flagelo y la moda oficial de
proteger patrimonios en empresas “off shore”, ilustra quiénes
son promotores de la estafa al fisco.
El oficialismo también olvida
registrar cómo el pago de intereses deteriora las cuentas públicas.
Sólo en el primer trimestre del año esas erogaciones aumentaron
107% en comparación al 2017.
El modelo neoliberal genera
descalabros que el gobierno no puede encarrilar. El desastre en curso
no fue desencadenado por la nueva alícuota del impuesto a las
ganancias sobre los títulos, sino por la aterrorizada reacción del
Banco Central. En pocos días incineró varios manuales de política
monetaria. Recurrió a todos los instrumentos conocidos para frenar
una corrida y no acertó con ninguno. Incluso apeló infructuosamente
al judicializado mercado del dólar futuro.
La crisis internacional no ha
sido hasta ahora determinante del temblor
argentino. Persiste la liquidez financiera global y no
se observa una repetición del “efecto tequila” sobre las
economías latinoamericanas. Ciertamente el
incremento de las tasas de interés de Estados Unidos altera
todas las inversiones en el mundo. Pero ese reacomodamiento tiene por
el momento efectos acotados.
Si Argentina padece ese resfrío
como una grave neumonía es por el pánico que suscita su alocado
endeudamiento. El país encabezó en los últimos
dos años el tablero mundial de colocación de títulos y es
penalizado por ese descontrol. Pero el grueso de la población no es
responsable de ese desmanejo. El culpable es Macri y los CEOs de su
gabinete, que engrosaron los caudales de la clase capitalista. Para
ocultar ese delito los comunicadores del oficialismo achacan a todos
los “argentinos”, un desfalco consumado por esa minoría de
privilegiados.
Retorno
al mismo Fondo
Las cifras de mayo retratan la
gravedad de la crisis: devaluación del 20%, tasas de interés del
40%, pérdidas de 8.000 millones de dólares de las reservas. El
temor por un dramático desenlace se acrecienta, con algunos síntomas
de traslado de esa tensión a los bancos.
El gobierno
se burla de la población emitiendo mensajes de tranquilidad.
Pretende crear la ilusión de una simple corrección de la
flotación cambiaria, sin consecuencia alguna. Todavía repite que el
nivel de endeudamiento es “bajo en comparación al PBI”, como si
esos genéricos porcentuales (y no la capacidad efectiva de pago del
deudor) determinaran la actitud de los acreedores.
Mientras el discurso oficial
minimiza la crisis, los financistas del exterior no cuidan las
formas, en sus convocatorias “a escapar de la Argentina”
(Forbes). La tranquilidad del gobierno es una burda estrategia, para
evitar el despertar colectivo frente a la grave situación.
La decisión de volver al FMI
confirma el dramatismo de la coyuntura. Es una
medida desesperada que sorprendió a los propios popes del Fondo.
Ilustra el pánico de un gobierno que busca blindajes a cualquier
precio para frenar la corrida. La decisión fue tan imprevista, que
anunciaron el retorno sin programa, ni cambio de ministro.
Los funcionarios peregrinan por
Washington desconociendo las condiciones de los préstamos que
mendigan. En el contexto de bajas tasas internacionales y cierta
recuperación de la crisis del 2008, muy pocos países recurren al
FMI. Los que eligen esa salida no tienen otro refugio.
Es totalmente ridículo
imaginar la existencia de “otro FMI”. Esa institución es
manejada por los mismos expertos en demoler conquistas populares. Los
países atados a su tiranía atraviesan por el peor de los mundos. Es
el caso de Grecia que no pudo desembarazarse de la auditoría del
Fondo.
Los helenos ya padecieron
cuarto rescates de sus bancos y tres agudas recesiones que
retrotrajeron un 25% la renta nacional. La tasa de desempleo bordea
ese mismo porcentaje, la deuda pública ha trepado al 180% de PBI y
las pensiones sufrieron 14 recortes.
Argentina afronta las mismas
perspectivas. El FMI será durísimo con el país. De las tres
variantes crediticias que tiene disponibles sólo ofreció la versión
más intragable. Descartó la línea flexible (que recibieron
Colombia y México) y la modalidad de precaución (utilizada por
Macedonia y Marruecos). A la Argentina sólo le otorgarán el
conocido stand by por un monto aún desconocido.
Los 30.000 millones dólares
que pide el gobierno superan todo lo asignado a los 13 países con
planes de estabilización. La suma final llegará igualmente a cuenta
gotas, para evitar su rápida conversión en divisas fugadas al
exterior.
Cada porción utilizada de ese
crédito será rigurosamente auditada por los enviados del Fondo. Esa
revisión simboliza el brutal retorno a los años 90. Los expertos
del FMI volverán a desembarcar trimestralmente para constatar su
insatisfacción y exigir mayores ajustes.
No hay ningún misterio en los
reclamos inmediatos de esa delegación. En diciembre pasado
elaboraron un detallado ultimátum de reducción del gasto social,
con mayor flexibilidad laboral, reforma previsional y despidos de
empleados públicos. La paulatina privatización del ANSES y el
drástico recorte de los presupuestos provinciales figuran al tope de
esa agenda. En las conversaciones actuales habrían añadido un nuevo
blanqueo y sobre todo una mega-devaluación con recesión que permita
efectivizar la mejora real del tipo de cambio.
El ritmo y la aplicación de
ese paquete dependerán de la intensidad de la crisis, que será
testeada el próximo martes. Ese día el Banco Central afronta un
enorme vencimiento de títulos (LEBACS). El volumen total de esos
bonos equivale al monto de las reservas y al total del circulante. Si
una parte de sus tenedores resuelve liquidarlos para refugiarse en el
dólar, la corrida puede alcanzar otro pico de tensión.
Si por el contrario esa
emergencia queda superada con la aterradora tentación de cobrar un
40% de interés, las mismas disyuntivas reaparecerán en los próximos
meses. Como la cotización de todos los bonos argentinos se encuentra
en franca picada, ya es evidente la gran desvalorización de activos
que sufrirán las instituciones oficiales (empezando por el ANSES),
que atesoran esos títulos.
En cualquier escenario el pacto
firmado con el diablo del FMI empuja a la economía argentina al
precipicio. Ya se avizora el círculo vicioso de ajustes que contraen
la actividad productiva, deterioran la recaudación, potencian el
déficit fiscal y desembocan en nuevos ajustes. El espejo de Grecia
está a la vista, con eventuales elementos de estanflación.
Los anticipos de ese cuadro
despuntan en el nuevo piso de inflación anual del 30%. Si la tasa de
interés no baja rápidamente la recesión será inevitable. El
gobierno cortó 30.000 millones de pesos de la obra pública, pero el
FMI exigirá una paralización total. En los próximos meses nadie
recordará la ficción estadística de menor pobreza que difundió el
gobierno. Basta observar la pavorosa expansión de la mendicidad en
las calles, para observar cuál es el panorama social que afronta el
país.
Reaccionar a tiempo
El manejo de la bomba que ha
plantado el gobierno dependerá de la memoria y capacidad
de reacción popular. El rechazo total al acuerdo con el FMI
fue anticipado por las encuestas previas a la negociación. Entre el
75% de los consultados que rechaza el convenio figura la gran mayoría
de los votantes del Cambiemos.
El retorno al FMI tiene un
significado emotivo enorme. Recrea todo lo sucedido en el 2001. Por
eso ya se difunden tantas analogías con el blindaje De la Rúa. Es
imprescindible trasformar ese bagaje en rechazo activo, movilización
y propuestas alternativas.
El punto de partida es ganar la
calle para generar una drástica reversión del curso actual. El
clima de tácita aceptación de las desregulaciones -que propagan los
grandes medios de comunicación- desguarnece a la economía. Para
evitar el agravamiento de la crisis hay que reintroducir todas las
regulaciones eliminadas por oficialismo. Son medidas básicas frente
a la emergencia.
El control de cambios es tan
urgente como la prohibición al libre ingreso y salida de los
capitales. Los depósitos de los pequeños ahorristas deben ser
protegidos, mientras los grandes bancos y tenedores cargan con las
pérdidas de los bonos desvalorizados. Hay que erradicar todos los
mitos sobre la adversidad de un “cepo cambiario”. Los dólares no
son un bien privado de libre disponibilidad. Sin controles a su
atesoramiento y circulación no hay forma de lidiar con las corridas.
En lugar de volver al FMI
corresponde investigar la deuda contraída en los últimos años y
enjuiciar a los responsables de esa aventura. Caputo, Dujovne y
Sturzzeneger deberían estar desfilando por los Tribunales. Mientras
se revisa el estado real de las cuentas públicas hay que frenar la
hemorragia de divisas que impone el pago de los intereses. La crisis
actual empezó con el sometimiento a los fondos buitres y no puede
resolverse sin ajustar cuentas con los depredadores del tesoro
nacional. El manejo estatal del sistema financiero es una condición
para emerger de la delicada situación actual.
Sólo por ese rumbo el costo de
la crisis recaerá sobre sus causantes y no sobre la mayoría
popular. Ese camino requiere una frontal batalla de ideas con todos
los economistas de la derecha que han copado la televisión. Ensalzan
el acuerdo con el FMI como una nueva justificación del mega-ajuste y
lo presentarán como una necesidad para “cumplir con el mundo”.
El mismo atropello que el oficialismo preparaba para después del
2019 será expuesto como un acto de responsabilidad hacia los
acreedores.
Pero la factibilidad de esa
maniobra se ha reducido drásticamente. El escenario político ha
cambiado y las elecciones han quedado situadas muy lejos de la
urgencia actual. Macri intentará golpear con el garrote y la
zanahoria. Prepara el veto a la ley de restricción al tarifazo y
buscará copiar el modelo brasileño de gobierno para-institucional.
Pero es consciente de su
debilidad y recurrirá a los gobernadores y al PJ para lograr el
mismo aval hacia el FMI, que obtuvieron para concertar el acuerdo con
los fondos buitres. Sus socios ya le tendieron una mano en el
Congreso al negarse a repudiar el retorno al FMI, aprobando una ley
de liberalización del mercado de capitales en plena tormenta
financiera.
La intensidad de la
movilización definirá quién gana la partida. En pleno desconcierto
popular frente al temblor financiero, esa reacción es por ahora
limitada. Está pendiente la reaparición de gran fuerza lograda en
calles durante diciembre. Esa potencia de la lucha podría
recuperarse en las batallas contra el tarifazo y el techo a las
paritarias. Pero el rechazo al FMI ocupa ahora el primer lugar de
cualquier demanda.
Es urgente frenar la mayor
agresión contra las conquistas populares de los últimos años. El
tan anunciado mega-ajuste finalmente se avecina. Frente a la
artillería que prepara el gobierno, el FMI y los capitalistas hay
que erigir las defensas populares a toda velocidad. Como ya ocurrió
en el pasado nuevamente son ellos o nosotros.